Un fin de semana más

Cuando un fin de semana te sale redondo, además en su mayoría improvisado, se disfruta aún más, como me ocurrió hace unos tres años con una amiga con la que quedé a tomar una cerveza por mi cumpleaños, y terminamos en una discoteca de niños bonitos, muy perjudicados y sin blanca, pidiendo en el baño los cinco céntimos que faltaban para una copa (que nadie me quería dar por que no era para condones) y mi amiga subida en los altavoces para el disfrute de todos. Aunque eso es otra historia, sobre todo el cómo se llegó a esa situación.
Con la pretensión de cenar algo y poco más, me reuní a las nueve y media con Chechu y Guillermo, y terminamos hablando de cualquier cosa, riendo, molestando un poco a los demás educadamente, bebiendo algo (no recomiendo la absenta, aunque huela a anís) y sobre todo, haciendo el tonto por Madrid hasta casi la madrugada (me fui a casa sobre las cinco y media).

Un inicio prometedor; además hicimos turismo para conocer nuevos locales en Alonso Martínez, Chueca, Malasaña, y Gran Vía. Un poco de cultura nunca viene mal.
Pero lo mejor todavía estaba por llegar, el magnífico concierto de Oasis del sábado, del cual hablaré más adelante, y la compra de las entradas para ver a Franz Ferdinand. Conocí gente nueva, amigos de Guillermo, agradables y simpáticos. Estuvimos en la inauguración de Heaven, antiguo local underground en la calle Leganitos, reconvertido ahora en sala gótica (están surgiendo muchos desde hace tiempo), donde ligue, con un chico, pero ligué. Si hubiera sido una chica, habría sido el fin de semana perfecto, pero no todo ha de salir bien.
En fin, un fin de semana entretenido como no tenía desde hace tiempo, que salió caro, por que los billetes de diez euros desaparecen por arte de magia. Hasta el próximo. Tendré que ahorrar.